Una casa, la familia y un milagro

Augusto Fornari 2017 Italia

Amansando la comedia italiana

Justo después de que cuatro hermanos hayan vendido la casa y los muebles de su padre, éste sale milagrosamente del coma en el que ha estado sumido durante cinco años, forzándolos a volver a amueblarla a toda prisa para intentar demorar el momento de comunicarle la noticia.

Así empieza esta comedia blanca dirigida y guionizada por el actor tiburtino Augusto Fornari, una ópera prima de corte ligero y construida sobre una base argumental que remite inevitablemente a la película alemana “Good Bye, Lenin!”. Su procedencia teatral, un ámbito donde ha ejercido también como autor y director, se plasma en su comodidad a la hora de desenvolverse en la dirección de actores y la interacción de personajes, relegando en un segundo plano la riqueza que los mecanismos del lenguaje cinematográfico pueden aportar a la hora de contar historias.

Así pues, usando una realización discreta, sencilla y sin aspavientos, muy clásica y bastante impersonal, cuenta no obstante con pequeñas aunque refrescantes ideas visuales y sonoras que la apartan un poco de lo convencional, como las palabras “Bye Home” que los gitanos forman a contraluz con los trastos que han comprado y que se llevan de la casa, o esa pieza musical que entra y sale de la diégesis, un eficaz recurso narrativo que aprovecha el oficio musical de uno de los personajes. Aun así, su enfática banda sonora se instala engorrosamente en un continuo subrayado emocional, imponiendo al espectador aquello que debe sentir en cada momento, recelando así de la capacidad del director para sentar el tono de cada secuencia y de la inteligencia del espectador para descodificarlo adecuadamente.

Su fotografía, atractiva y luminosa, recurre a unos colores vivos y golosos, de componente anaranjada, capaces de recrear la peculiar sensación de la luz mediterránea en los parajes italianos, llenando los exteriores de la casa campestre con agradables sensaciones paradisíacas de regusto melancólico. Con ello se introduce uno de los temas tal vez más interesantes por los que transita su discurso, pese a que lo hace sólo de puntillas: qué convierte a esos lugares y objetos, que habían formado parte de nuestra vida, en contenedores de recuerdos de esas etapas que quedaron atrás, adquiriendo repentinamente una dolorosa entidad existencial cuando llega el inevitable momento de tener que deshacernos de ellos. Un concepto sobre el que gira una trama más manida, alrededor de la complejidad de las relaciones familiares, con sus sentimientos encontrados, que oscilan del amor al odio contraponiendo sus rivalidades, sus rencillas y sus reproches, a sus reconciliaciones y sus muestras incondicionales de cariño. Todo ello sin profundizar en demasía, sólo usando dicha dinámica como combustible para alimentar el humor simplón y el sentimentalismo amable, a través de unos personajes estereotipados como perdedores para potenciar nuestra empatía.

Afortunadamente, su montaje no apuesta por un ritmo desmadrado ni excesivamente histérico, y sí por una cadencia más apaciguada y reflexiva que se alterna con pasajes más propios de la comedia de situación. En conjunto, se revela como un entretenimiento entre simpático y tierno, directo, previsible e inofensivo, levemente agridulce, poco ambicioso y al que se le echa en falta un poco más de mala uva, sobre todo teniendo en cuenta su domesticación y trivialización de un género del que históricamente los italianos han sabido sacar muchísimo más partido.

Francesc Talavera Cugueró