Una mujer fantástica

Sebastián Lelio 2017 Chile

Sebastián Lelio y Daniela Vega dignifican la transexualidad con un film emotivo e intimista

Cuando se pretende realizar un film de denuncia, reivindicar alguna realidad o problemática, se corre el riesgo de caer en varios excesos: uno de ellos es ser demasiado vehemente, cargar demasiado las tintas y realizar un panegírico sobre el colectivo en cuestión. Otro (que suele ir unido al anterior) consiste en generar la empatía y adhesión a la causa por la via de arrastrar demasiado por el fango a aquel personaje o personajes con quien se pretende tal identificación. En mi opinión, Una mujer fantástica sólo incurre en el segundo, aunque afortunadamente lo hace con estilo.  

El sexto film del chileno Sebastián Lelio, que ya triunfó con Gloria, otra emotiva historia con protagonista femenina, parte de una premisa muy interesante: Marina es una mujer transexual a quien su pareja, Orlando, un respetable hombre de negocios, se le muere prácticamente en sus brazos, tras un encuentro amoroso. Luego de comunicarse, aún en shock, con la familia del difunto, Marina debe lidiar con el rechazo que su condición provoca en la acomodada familia de éste, que además de culparla, le niega el derecho a ser sujeto del duelo y la despedida de Orlando. 

Quien interpreta a Marina es Daniela Vega, actriz y cantante transexual, y es de suponer que Lelio la conocía y quiso elaborar una historia a su medida. Sin embargo, pese a su idoneidad como protagonista, la actuación de Vega es uno de los problemas de un film por lo demás muy reseñable. Vega demuestra una incapacidad dramática en momentos clave del film que lastran parte de su fuerza. Se me antoja que quizá Lelio haya hecho de la necesidad virtud, es decir, que la incapacidad de la actriz para dramatizar otro tipo de reacciones más viscerales y contestatarias son las responsables de la acertada contención del film, que de otro modo podría haber sido más agresivo, militante y obvio en sus reivindicaciones. Lo cierto es que el hieratismo de Daniela Vega parece la coartada perfecta de Lelio para dejar que hablen (y se retraten) los demás, y seguir el via crucis callado de Marina en su intento por despedirse de su amante como necesita. La cámara de Lelio siempre está cerca de Marina, detrás suyo o encuadrando su rostro perplejo. El realizador sabe además salpicar el film de imágenes poderosas, bien halladas (el rostro de Marina reflejado sobre sus genitales por un espejo de mano, ese mismo rostro amordazado con cinta adhesiva), y de un interesante tratamiento del color en ciertos momentos. 

Marina soporta estoicamente todo tipo de vejaciones a su dignidad: pesquisas médicas, interrogatorios policiales y familiares, quienes se mueven entre la incomodidad (“es que no sé qué eres”), la incredulidad (“mi padre estaba bien loco”) y sospechas de sórdidas prácticas asociadas a su condición (“¿porqué Orlando tenía moratones?”). Ausente Orlando, Marina sólo encuentra cierta comprensión en su profesor de canto (faceta ésta en la que Daniela Vega sí puede lucirse), y cierta expansión (ídem) y camuflaje en un local nocturno de ambiente liberal. Por lo demás, sólo encuentra un rechazo y una negación de su condición (en el mejor de los casos, la tratan como a un hombre) que se antojan tan necesarios para la denuncia que propone el film como algo exagerados. Aunque quizá un servidor esté pensando desde los valores de la Europa actual, desconocedor como soy de la sociedad chilena. Solo Gabo, hermano de Orlando, se sitúa en un terreno intermedio y representa un estereotipo reconocible y poco explorado en el film: la aceptación forzada por lo políticamente correcto, el tibio reconocimiento de Marina como mujer y sujeto de derecho.

Asimismo se antoja también poco probable que en tiempos de reivindicación y visibilización de los colectivos LGTB, una mujer transexual se comporte durante todo el film como un simple punching ball que recibe sin chistar todos los golpes de una sociedad miserable llena de prejuicios hacia su condición. Lo cierto es que la (a la larga) irritante pasividad de Marina, su estoicismo, resta credibilidad a su personaje al tiempo que provoca la indignación buscada, pero por las razones equivocadas. Mi consideración sobre el desconocimiento de la realidad chilena también aplica aquí. Y en cualquier caso, cada persona es un mundo, dicen, independientemente de su condición o pertenencia a cualquier colectivo.

En fin, estas cuestiones no deberían ser motivo para dejar de ver un film necesario y disfrutable, uno de los favoritos para el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Una denuncia en voz baja, por la vía de la nobleza y la dignidad de su protagonista, y que ha de servir para visibilizar aún más una realidad para muchos incómoda.  

Juanma Linares